El poema-pórtico de todo el libro, “Transgénicos (aria)”, ya anuncia una suerte de poética al apuntar simultáneamente a una condición de lo orgánico, pero también a un situación de los lenguajes (nótese este plural) de la contemporaneidad. Se alteran los alimentos, se alteran los cuerpos, pero también se altera el lenguaje de la poesía con la inserción –el injerto– de los nuevos géneros de comunicación interpersonal, de transmisión electrónica, de refiguración de la experiencia por los nuevos medios. Las significación se complejizan a través del recurso a indicadores de la transformación de la experiencia, incluso la más íntima, a través de estos lenguajes. ¿Cuánta reflexión puede extraerse de algo tan aparentemente inocuo –por impensado– como la vinculación de lo público y lo privado en este ¿sintagma? “#tesiento”? ¿No se abre toda una posible reflexión sobre la experiencia en la expresión “sombra 2.0”?
Y con la fuerza (que se trivializa demasiado apresuradamente) y el desenfado de la inervación de estos lenguajes, en la primera estación, este etcétera se adentra a extraer de las palabras su cualidad pensante: “El fin se acerca,/ nos fuerzan al sigilo/ como androides/ vetados de la música”, nos dice un texto; “Advertencia: existir está fuera de uso” o “¿Cuál es la velocidad de la oscuridad?”, dicen unos estados imaginarios del FB; “olvidar que existir es repetirse/ en el brutal silencio de los tránsitos”, reflexiona el interlocutor de Sísifo, para concluir: “El destino/ no habrá la palabra castigo”.
Estamos en la que llamé la estación de la existencia; pero es esta una existencia colectiva, o para decirlo más precisamente, una existencia que se enuncia en y desde una colectividad que rearticula los lenguajes –todos los lenguajes– del intercambio social y se rearticula en ellos. Así, de manera sintomática, el poema “Rapsodia”, que cierra la estación y está enteramente compuesto de citas de diversos poetas y escritores (Eielson, Hayes, Sontag, Vilariño, etc.) confiesa “mi poesía personal es un fracaso”; y lo confiesa con unas palabras que ventriloquiza de Anne Carson.”
—Luis Miguel Isava
El poeta Luis Enrique Belmonte lo reseña: “Ninguna realidad es insignificante”.